Este año no me enloquecí proyectando nada
Tuve que vivir el “terrible” momento de aceptar que no me interesaba echar a andar nada muy fantabuloso. Reencontrarme con la psicología a través de los Registros con Trabajo Personal me resultó un regalo merecido. Y el otro día al hacer la lista de las que comenzaron a trabajar conmigo desde noviembre del año pasado hasta hoy, quedé impresionada. Cuanto valor. Cuanta gente corajuda y con ganas. Cuanto placer de acompañar esos procesos, respetando los tiempos, cuidando, compartiendo.
Formar parte de la vida de otros en el día a día, no es un proyecto. Es mi realidad. Desde hace muchos años. La obra de arte que pulo cada día. Que afino, como a un piano. Que cultivo. Que respeto. Que celebro.
Un año entero para echarme a volar hacia donde quiero y con tiempo. Sin viajes externos.
De comprarme libros y darme tiempo para leerlos en paz.
De escribir. De trabajar. De amar. De no hacer nada. Pero nada en absoluto un sábado de mañana. O remolonear siestas sin ton ni son el fin de semana.
De ayudar al cuerpo a aflojarse, a dejarse llevar, a decirme tranquila “¿Adónde querés llegar?”. Y confesarme sorprendida que estoy donde quiero estar. Sin preocuparme de cuando se va a poder volver a viajar, ni hacer nada de lo que antes hacía y ya reformulé.
Esa rara sensación de estar haciendo/viviendo lo que querés vivir/hacer, sin subirte a remolinos de otros. Porque ya recorrí los propios. Pero sobre todo, porque cuando la vida te deja acercarte a la orilla, detener el barco y descansar sobre la arena…no te lo pierdas. Porque todo es un ciclo.
Ya van a volver las corridas. Los planes. Las ansias. Las urgencias. Mientras, a disfrutar del placer de la vida. De respirar. De no anhelar. Es como cuando entro en el mar, me pongo boca arriba y me dejo llevar. Puro, puro rock!