Blog - Nunca estamos solas

Porque ser era infinito, tan infinito como las olas del mar

En pleno Cabo descubro a la exquisita Clarisse. Con total atrevimiento, enlazo mi pensamiento a la prosa de la Lispector, y entrecomillo cada una de las oraciones que me presta.

Clarisse “sólo cuando quería caminar de acuerdo con el mundo se despedazaba y se espantaba”. La siento tan hermana, tan amiga, intentando acompasar su paso a los ajenos. En vana y dolorida empresa. La creo poderosa, confiada, arraigada, cuando apoya el pie en sus propios días.

Clarisse usa la palabra “luminiscencia”. Y sospecha que “la más apremiante necesidad de un ser humano es convertirse en ser humano.” Me quedo remoloneando en el concepto y me imagino filas de personas intentando humanizarnos. ¿En qué consistiría lograrlo? ¿En sentir más? ¿En querer mejor? ¿En pensar menos? ¿En dolerse sin dolor? Tal vez “lo bueno era tener inteligencia y no entender. Era una bendición extraña como la de tener locura sin ser demente. Era un desinterés manso en relación con las cosas dichas del intelecto, una dulzura de estupidez.”

Miro a lo lejos la aleta dorsal de un delfín que hace una hora que baila la bahía, en su danza infinita y acuosa. Me hundo en la “luminiscencia” agrisada del agua que lo abarca, lo hamaca, lo desea, lo posee, lo hace propio permitiéndole henderla libre. El sol está cayendo, y los últimos humanos que sin saberlo quieren ser humanos, se alejan en el carro. Cierro los ojos y el aire me cubre y me sostiene.
– “Estoy siendo.”
“Y no había peligro de gastar este sentimiento con miedo a perderlo, porque ser era infinito, tan infinito como las olas del mar.”
“Ahí estaba el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y allí estaba la mujer, de pie, el más ininteligible de los seres vivos.”

Pura alquimia, pura magia, puro encuentro, puro ser. En este viaje al centro de mi tierra no hubo masculinidad que atravesara mi energía. Huelo lo densas que son sus energías al no tenerlas, son como de lobo de mar, de perro de caza, de dueño de rancho, de surfista con piel de sal.

El Cabo fue un aquelarre de cruce de mujeres, de Lauras, de Chelas, de Andreas, de Beas y de Sandras. Salvo por el farero que invitó a tomar mate y ver el partido cuando llevé a cargar el celular. ¿Cómo explicarle que en esta venida no hay espacio? “Ahora tenía la responsabilidad de ser ella misma. En ese mundo de opciones, ella parecía haber elegido.” Sin elegir. Nunca del todo.

“El coraje es el de, no conociéndose, igualmente proseguir, y obrar sin conocerse exige coraje.”
“Si yo fuese yo parecía representar el mayor peligro de vivir, parecía la nueva entrada a lo desconocido.”
“Sólo sabía que ya había comenzado una cosa nueva y nunca más podría volver a su dimensión antigua. Y sabía también que debía comenzar modestamente, para no descorazonarse. Sabía que debía abandonar para siempre la ruta principal. Y entrar por su verdadero camino que eran los atajos estrechos.”

El Cabo es mucho más que un lugar. Es un refugio. Es poder. Es océano, Es frío. Es sol. Es fuego. Es hombre y es mujer. Es todo y bien mirado, si los ojos no se lo proponen ver así, no es nada. El Cabo se construye dentro de uno y cada tanto se invita a alguien a entrar en él. Y alguna vez una se duele entre sus rocas por lo que fue y no va a volver a ser,
“Ver y olvidar, para no ser fulminada por el intolerable saber”
Abandonando huesos sin vida sobre cuerpo de hombre sin hálito en la sien.
“Estoy finalmente dándome y lo que sucede cuando me estoy dando es que recibo, recibo. Atención, ¿existe el peligro de que el corazón esté libre?”
“Antes era una mujer que buscaba una manera, una forma. Y ahora tenía lo que en verdad era mucho más perfecto: era la gran libertad de no tener maneras ni formas.”
“La realidad es increíble”

Nunca estamos solas!

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos

Deja un comentario