Blog - Nunca estamos solas

Partió cuando yo estaba en Escocia…

Partió cuando yo estaba en Escocia.
Micaela me llamó para avisarme. «Mamá se murió Kun Kun.»
Me senté en el sillón de ese apartamento soñado de Grass Market, mirando el castillo brillar sobre mí, noche cerrada a las cinco de la tarde.
El año pasado a mi tío le encontraron un cáncer en la boca. Se negó en redondo a hacer ningún tratamiento, ni a irse a vivir a otro lugar que no fuera su cabaña en el bosque del Pinar con su gato y sus pájaros.
Mi tío, el más parecido a mi abuelo. Mi tío, el que sólo concebía una vida de paz. De cuidado del otro. De los animales. Mi tío…
Esa noche encendí la alquimia y sentí su presencia en plena Edimburgo. Pude despedirme, y ver la larga estela de gente querida que lo estaba esperando. Mis tías Meche, Tintina, Chiquita. Mi abuelo. Mi tío Fernando. Y tantos más que ni siquiera conocí.
Partió cuando yo estaba de viaje. Viviendo hasta su muerte, a su manera. Eligiendo Ser. Siempre. Por encima de conveniencias, ni de imposiciones, ni de las opiniones de las mujeres de la familia que tan claro tienen todo, pero que a la hora de sentir se les hace tan complejo lo sencillo.
A la siguiente noche encendí la alquimia y supe que había partido realmente. El aire estaba liviano. Y entonces lloré por el hombre bueno. Honré la memoria de tanto que me transmitió, no con palabras, sino con haceres, que es lo que a la hora de la verdad…vale.
Dos semanas después, en pleno Madrid, estaba desayunando y se posaron frente a mí.
Dos gorriones indiferentes al ruido y la gente.
Los miré y lo sentí con tanta claridad como si me lo hubieran dicho. «Somos nosotros. Y todo está bien.»
Para mí el nosotros son mi tío y mi abuelo. Los dos se llamaban José Luis. Los dos podían pasarse horas mirando un pájaro ser. Los dos hacían lo que querían sin meterse en la vida de nadie, y estaban cuando los necesitabas si podían ayudar. Los dos nacieron libres y duros de boca, esos que son difíciles de domar, sin jamás batallar.
Los milagros son de todos los días. Hay que detenerse un minuto. Mirarlos. Agradecer. Y continuar viviendo, porque siguen presentes, bajo todas las formas, en todos los momentos, al doblar una esquina, al mirar sin mirar el respaldo de una silla cualquiera de un bar.
Por haber estado en mi vida, gracias, gracias, gracias.
Con que una pequeña semilla de lo que uds fueron crezca y germine en mi alma, me sentiré muy honrada por esa herencia de amor, de valor incalculable e intangible. Porque para uds lo esencial era invisible a los ojos, verdaderos Principitos de esta tierra.

Gracias Kun Kun por esas cosas tan tuyas que veo en mí…ahora sé que no es miedo…es elegir como vivir, es elegir como morir.

Bendiciones. Nunca estamos solas…

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos

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