NOSOTROS ESTAMOS DE PRESTADO…
«NOSOTROS ESTAMOS DE PRESTADO EN ESTAS TIERRAS… ESA ES LA VERDAD» (Chela Calimares)
Esa mañana me levanté con la noticia de que la Chela había partido. Fue un sábado. Parece que tenía cáncer y lo primero que pensé es si habría podido morir tranquila en su rancho del Cabo o entre tubos en un hospital de ciudad.
Recién ahora que no está y que con ella se llevó sus panes olorosos y crujientes.
Recién ahora que sé que si alguna vez vuelvo al Cabo en invierno ya no voy a ver su cabeza de nieve a través de la ventana de su rancho.
Recién ahora que no la voy a ver fumarse su cigarro armado con el mismo placer que ponía en recibirme en su cocina y hablar de chismes del pueblo.
Recién ahora… me pregunté quién era.
Chela Calimares es descendiente de un naufragio. El Leopoldina Rosa sufrió un accidente en las costas del Polonio allá por 1842 y embarcado en él venía el primer Calimares. Chela vivió en una tierra que era del Estado, pero que era más suya que de nadie, porque venía de la rama de primeros colonizadores del lugar.
Primero se dedicó a las artesanías, y después a hacer los buñuelos de algas que algunos dicen que eran los más ricos del mundo, por la combinación de sus manos mágicas y por el fruto del mar.
Pero la especialidad de Chela era el pan.
Chela solo echaba candado a su puerta cuando se iba a Castillos a cobrar la pensión o a ver al médico. Sino, cuando uno quería pan, entraba, lo agarraba y dejaba en el frasco de vidrio lo que costaba. Así funcionaba.
Me parece verla apoyada en los palos que estaban al borde del gallinero, mirando a lo lejos, con el perro viejo y peludo, y en los últimos tiempos con uno nuevo chiquito y blanco que era un primor.
Chela vivió toda la vida sin electricidad, pero le regalaron un panel solar, al que le cambiaba la batería cada dos años y con eso prendía la televisión, la radio, y cargaba el celular.
Fui al Polonio muchos diciembres, y cada uno de ellos me vio irme y llegar. En los últimos años fui en invierno, y nos hizo los panes más increíbles, deseados y deseables de un mundo que consistía en unas rocas y poco más.
En las últimas veces que recalé en el Polonio, me senté en la mesa, recién duchada, con la música en los oídos, escribiendo, y sintiendo el calor del fuego que él había prendido, crepitar.
Sobre la mesa, el pan de la Chela, que no faltó ninguna de las veces que fuimos. Sentí que era un momento único, que esa conjunción de factores no se iba a volver a dar. Y tenía razón.
Se convirtieron en irrepetibles mucho antes de que Chela se fuera con la última marea de ese mar. Ese fue para mí un día de silencio.
De sereno duelo por que nadie se baña dos veces en la misma agua de un río, y porque aunque vuelva a enamorarme de esa manera, ella ya no va a estar.
Lo que te da el día de hoy es único e irrepetible… no lo dejes pasar. Dale una oportunidad a quien esté a tu lado. Extendé la mano. Abrí el corazón. Los panes calientes… se enfrían…
Bendiciones!
Simone Seija
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Marlene Del Sol
Marlene Del Sol Posted on: 11 octubre, 2018 4:11 pmSus escritos hablan por si solo Simone Seija.. Puro sentimientos del Alma! CIERTO.. Vive cada momento como si fuese la ultima vez..Estamos prestados en esta vida! Muchas bendiciones!