MI PRIMER DIVORCIO. CUANDO CONOCES A TU PAREJA DESPUÉS DE DIVORCIARTE
Cuando nos casamos, con 19 y 20 años, los dos estudiábamos Derecho. El vínculo duró diez años, y cómo salimos parados de ese lugar habla mucho de ambos.
Los dos nos recibimos. El primero, y yo un año después. Ambos estuvimos tentados de abandonar por el camino. Pero yo le recordé que si se dedicaba a la política, como pretendía, iba a vivir dependiendo de una buena fortuna que quizás no se le diera nunca.
El trabajó desde el primer día, y la parte económica que me correspondía la puso mi madre, para que yo siguiera estudiando y pudiera estar con Micaela. Mucho para agradecer, porque fui madre full time durante sus primeros ocho años.
¿Cuando decidí que no estaba enamorada de él y que no quería morir a su lado? Creo que a los dos años de estar juntos. ¿Qué hice? Nada. Esperé a recibirme, a tener con qué sostenerme y recién ahí me moví.
Esos ocho años de convivencia los viví lo mejor que supe. Porque cada momento presente era el que tenía y con veintipocos años sentía que era un desperdicio de vida lamentarme de lo que no tenía las agallas de hacer. Vivir por mi cuenta y riesgo. Así que disfruté lo más que pude…
Cuando me recibí, le dije que no quería seguir con él. Que hacía mucho que no lo amaba, y que sentía que estaba enamorada de otra persona. De frente y sin dudarlo.
Mi ex suegra, que era como una madre para mí, vino a avisarme que al irme de la familia, ya no iba a contar con su protección. Que quedaba por mi cuenta…No medí lo que me estaba diciendo. Es muy importante escuchar cuando nos hablan…
Alquilé un apartamento que se convirtió en la cuota alimenticia de mi hija. Firmé un acuerdo de divorcio pésimamente asesorada. Accedí a ir a una psicóloga de esas que sale en la tele, muy renombrada, que me convenció que lo mejor para los hijos era la media tenencia, vivir la mitad en una casa y la mitad en la otra. Y entré a las fauces del lobo con los ojos bien abiertos, más naif que Caperucita Roja y sin canasta alguna.
Porque por muchas lágrimas que lloró por nuestra separación, lo que él hizo en cuanto se dictó sentencia, fue comprarse una casa. Una casa con dinero ahorrado durante nuestro matrimonio.
Cuando me divorcié no sabía lo que era tener miedo. Porque no tenía idea de quien era la persona que tenía al lado. Y no terminé de conocerlo hasta el último día de la lucha por la tenencia de Micaela.
Una nunca cree que la persona con quien compartimos vida y amamos tanto, pueda mentirnos, herirnos voluntariamente, elaborar estrategias, robarnos, arrancarnos nuestro ser más amado. Nunca. Pero es una posibilidad. Que ni siquiera comentamos. Porque nos sentimos avergonzadas. Porque ser violentadas da verguenza…y ahí le entregamos el poder al verdugo y nos convertimos en víctimas.
Mi gran lección fue que si conocer nuestras luces y sombras lleva toda la vida, tener una pálida idea de las del otro es un reto casi incumplible.
Despúes de cinco años de escritos, audiencias, denuncias, cambio de abogados, y llantos perpetuos, girando toda mi vida en torno a la ausencia de mi hija, una mañana se me ocurrió llamarla y preguntarle con quien quería vivir ella, en el supuesto caso que yo ganara el pleito. Ella había construido una vida con su nueva familia, le habían dicho que yo la había abandonado (cosa que no supe hasta años después) y contestó que con su padre.
Esa misma tarde lo llamé. Le dije que preparara el escrito, que iba a firmar lo necesario para terminar ese vía crucis. Que si Micaela no quería vivir conmigo esa lucha era un sin sentido, Me lo trajo a casa, lo atendí en el pallier del edificio, firmé y cuando le fui a abrir la puerta para que se fuera…el padre de mi hija, el que se llevaba una parte de mi vida entre las manos, a fuerza de mentiras, amenazas de muerte y compra de abogados. Ese señor casado y con dos nuevos hijos, me besó en la boca.
Supongo que si fuera tan heroica tendría que haber escupido ese beso. Y alguna cosa más. Pero no tenía fuerzas. Era el beso del diablo… literal.
Ese día aprendí que uno se puede morir en un minuto. Y que cada paso que das cuando te estás divorciando puede ser tu propia sentencia de muerte un tiempo después.
Si estás pensando en iniciar un proceso de separación, tienes hijos, y crees que lo sabes todo sobre la situación, te invito a leer dos veces esta historia. Nunca sabemos a quien tenemos al lado hasta que llega el momento de las grandes pruebas. Pueden existir maravillosas sorpresas… y de las otras.
Bendiciones! Nunca estamos solas…
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos