Me reservo el derecho de admisión en los pliegues del encuentro y sus andares
Lo más difícil es reconocer en aquellos a quiénes mas queremos, la existencia de ciertas características que los vuelven elementos distractores del camino que elegimos recorrer. Hace un tiempo comencé a observar que después de hablar con algunas personas me sentía cansada, agobiada, particularmente agotada. Incluso al hablar por teléfono. Al hacer la gran pregunta habilitante “¿estás bien?”, algo parecía iniciarse que no tenía fin. Un racconto de todo lo que no funcionaba en la vida del otro y que al volcarlo sobre mis oídos, le aligeraba la existencia. Y aumentaba considerablemente el peso de la mía.
La vida de cada uno es un crisol de blancos, negros y grises, ácidos y pasteles. Pero creo que lo dramático de los sucesos no está tan marcado por los hechos en sí, sino por como los vivimos o transmutamos. En cada crisis, en cada dolor profundo, en cada decepción, suelen estar agazapadas interesantes vueltas de tuerca que los trocan en experiencia y aprendizaje. Hace un tiempo, una amiga a quien una y otra vez le pasaba lo mismo en su relación de pareja, me dijo enojadísima: “Me cago en el aprendizaje”. Con esa simple declaración eligió quedarse con el acto descarnado. Con la bronca que tenía. Cerrándose toda puerta a comprender, procesar y en lo posible, evitar, pasar por el mismo descampado.
En los contratos de amistad/pareja, hay quiénes piensan que el formulario está en blanco para el sector quejas y letanías. Entonces uno termina convirtiéndose en un receptáculo de inercias. Porque una cosa es poner la oreja para un problema, empatizar con el otro, escuchar, acompañar. Otra bien distinta es transformarse en la bolsa de basura del ánimo del que recurre a nosotros una y otra vez a contarnos las mismas cosas sin la más mínima intención de introducir ningún tipo de cambio en su vida.
Cuando nos tropezamos con vínculos así, un poco de egoísmo se vuelve imprescindible. Un acto de preservación tan necesario como comer o tomar agua, nos lleva a buscar rodearnos de personas que den y reciban en igual medida. No es más que la fórmula más vieja y duradera de cualquier relación de amor en todos los planos de la vida.
Los que utilizan nuestros tímpanos como escalera a la fama de la repetición conductual, se vuelven piedras en el camino del ánimo. Impiden que avancemos con fluidez y nos demandan una energía, que tal vez otra persona utilice mejor y más gozosamente.
Por eso pienso cuales son aquellos vínculos que me demandan sin retorno, aquellos que me contienen y apoyan, cuales los que sostienen mi mano, cuales los que la retienen impidiéndome avanzar.
En mi vida admito los colores fríos, los cálidos, las luces, las sombras, lo triste, lo alegre y hasta lo levemente malvado. Todos somos un compuesto abigarrado de matices y deslices, a fin de cuentas. Pero me reservo el derecho de admisión en los pliegues del encuentro y sus andares. Porque sé adonde quiero llegar y ya pasó mi tiempo de cargar las mochilas de otros en mi espalda.
Bendiciones infinitas! Porque nunca estamos solas!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos