La primera vez que vine a Madrid
La primera vez que vine a Madrid fue siguiendo un amor que no fue. Pasada la primera impresión, me enamoré de la ciudad y al revés que ese hombre esquivo, ella sí me correspondió.
Sucedió hace un par de años. Un amigo de un amigo que comenzó a escribirme, luego a decir palabras dulces y pasados unos meses armé las valijas para saber si detrás de los dichos habían hechos.
Por suerte había reservado un hotel en el barrio de las Letras, el mismo al que sigo volviendo cada vez… porque tras recibirme en el aeropuerto y tomar un café juntos, el príncipe encantado se disolvió en el aire y estuve quince maravillosos días caminando la ciudad y alegrándome de saber donde estaba parada. Aunque saberlo me hubiera dejado la autoestima averiada y las ilusiones maltrechas.
Aprendí que si alguien te interesa merece viajar los kilómetros que sea. Que si lo que te dicen sentir no es real, cuanto antes lo sepas menos se sufre. Que hasta de las decepciones mayores pueden surgir buenas cosas… y ese viaje me enseñó a estar sola en una ciudad desconocida, descubriéndola, descubriéndome.
Por eso cada tanto vuelvo. Al mismo hotel, a la misma calle, con las mismas ilusiones, pero ya no dependiendo de otro para que la aventura sea maravillosa.
Sentada en la terraza fumando mi mentolado, la luna enorme ilumina la media luz de este espacio de magia. Todavía llevo en el cuerpo la lluvia escocesa, y una manada de hadas y elfos se coló en las maletas. La luna lo sabe, nos cuida y envuelve.
No hay decepción mayor que no animarse a vivir un amor que pudo ser. Son las lágrimas más puras y valiosas que podemos verter, las más dulces y cálidas, esas que hacen que valga la pena ser mujer.
La primera vez que vine a Madrid fue siguiendo un amor que no fue. Y mientras escribo le agradezco… somos un compendio de gozos y de sombras. Se goza el doble cuando se vivió la sombra del desamor.
Bendiciones! y que la vida nos encuentre viviendo…
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos