Ella… la única… mi gran amor…
Esa sensación mágica de sentir que alguien crece dentro de uno. A partir de nuestra sangre. Impactando en nuestros huesos. Exigiendo a las caderas ese movimiento de apertura para acomodarse y cantar victoria sobre nuestra morfología. Que perdemos de una vez y para toda la vida. Porque cuando la panza se va, y vuelve a quedar chata, y volvemos a esos kilos de antes menos diez por el cansancio y el agotamiento, nuestro ser en el mundo retorna diferente. Porque nuestras células saben que ese hijo existe y esté donde esté, vivimos,respiramos, nos dolemos, reímos y lloramos junto con, sin saberlo. En una danza interminable de delicadas figuras de amor y de energía que la mano del hombre no puede, pudo, ni podrá, nunca, truncar.
La primera vez que la vi, ya fue tan ella. Y la quise tanto que dolió. Fue el día que hablé un idioma que solo nosotras nos sabíamos. Justo en ese instante en que salió de adentro mío y latiendo, gritando, ensangrentadas, primitivas, arcaicas, salvajes, nos miramos. Borrando el mundo. El dolor. Lo frío del aire. Me miró a los ojos y me supo y mi verbo fue miel entre mis labios, para festejar su arribo. Para decirle que era bienvenida. Que era ella y que solo iba a ser ella, que al escuchar mi voz se calmó mágicamente. El acto de amor más grande de mi vida, totalmente irrepetible, ese…es nuestro.
Ella es quien me enseñó que la distancia nunca involucra desamor. Que comprender la libertad de elegir y de ser en el mundo, es la verdadera entrega, y ninguna otra cosa. Ella, la que es tan parecida a él, y sin embargo tan irrefutablemente mía. Y tan vigorosamente ella. Una acrisolada construcción donde se pueden ver las huellas de los que la precedieron y las que por su mano va tallando. Ella con sus ojos de almendras antiguas que tanto alarmaban a mis amigas, cuando las miraba por entre sus pestañas largas y curvas de comestible infanta de dos años. Ella con su manera reservada, digna y contenida de ser, que tan difícil le hacían sobrellevar mi exuberancia verbal, mi falta de verguenza, mi explicitación de sentires.
Ella creciendo, madura desde siempre. Formándose por si misma, valiente, única, aguerrida. Ella con la misma manera de caminar de mi madre, de mi abuela, y su fortaleza. Ella,la más joven de todas nosotras, esas que movemos desde hace cuatro generaciones, las caderas con un mismo vaivén. Ella, junto a quien aprendí a saber el lugar personal e intransferible que ocupamos en nuestras vidas, y no dudar nunca de eso. Ella… la única…mi gran amor…Micaela.
Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos