El primer amor tiene la frescura…
El primer amor tiene la frescura de los pequeños actos inocentes. Escribir el nombre de los dos en un árbol. Guardar en un libro la flor que cortó en ese paseo tardío por el Prado (Montevideo, Uruguay). Quedarte encerrado después de hora en el Jardín Botánico y tener que pedirle al guardia que te abra, temblando de frío, de miedo y de amor.
Y luego te vuelves a enamorar tantas veces… pero ya no estás en edad de perder el tiempo tallando árboles. Las flores en los libros te parecen una cursilería de aquellas. Y ya no hay necesidad de pasar frío en el pasto helado del Botánico si hay lugares más cómodos y caldeados para encontrarse.
Y sin embargo, no me voy a olvidar nunca de la persona que talló el árbol, me dió la flor y pidió con la voz más dura que se puede lograr a los 15 años que nos abriera la puerta a un guarda con pocas pulgas.
Que nunca perdamos la inocencia de los comienzos.
Las ilusiones de los inicios.
Las tonterías de enamorados.
Y esa mirada ida, incapaz de concentrarse en algo que nos daba el aspecto de andar por la vida un poquito alucinados…
Bendiciones!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos