De tornillos, rayuelas, arco iris y placeres
Frente a una sangría del Lobizón, un docente amigo compartió su feliz convencimiento de que por lo menos tres alumnos de su clase de Filosofía habían logrado contestar una pregunta que les había puesto en un escrito en la mañana. Una pregunta especial, elaborada con amor…relacionar un fragmento de Rayuela de Cortázar con Descartes y el conocimiento. Al escucharlo, me pareció una crueldad. ¿Cruzar esas potencias no sería mucho para alguien que de por sí ya se sentiría exigido? Me explicó su punto. De tres preguntas dos eran para demostrar lectura, la tercera, para relacionar, aplicar. Yo agregaría, para volar.
Días después, al entrar en mi clase de Servicios en la Facultad, el profesor me dio un tornillo. A todos y cada uno de nosotros nos hizo entrega de esa pieza brillante de unos 6 cm, con tímido peinado raya al medio. La pretensión explicitada, unida al adminículo, era sostenerlo durante todo el encuentro, tomar conciencia de él, apropiárnoslo.
En un principio me fue molesto. Para tomar mate, sostener el cuaderno y la lapicera, lo coloqué entre mis piernas. Y arriba la mochila. Le ofrecí a la compañera que cebaba sostener el suyo, pero se las arregló para maniobrar con todo. Concentrada en otras cosas, por un momento lo olvidé. Mi alma de alumna bancaria se sobresaltó… se supone que tenía que cuidarlo y en media hora ya lo había perdido. Empecé a investigar mi anatomía, la campera, el bolsillo, y en eso apareció, entre mis muslos, luminoso, con su peinado a lo Florencio Sánchez y su expresión de “tranquila, todo bien, estoy acá.”
La siguiente consigna fue, “busquen la comodidad, e incluyan al tornillo”. Comencé a caminar el Aula Magna, hacia arriba, hacia abajo, entre los bancos, contra las paredes. “Estar cómodos no implica necesariamente quietud, admite movimiento, incluso para sentir una cierta incomodidad y, al resolverla, recuperar el placer en el instante” se escuchaba la voz de Pablo a lo lejos. En eso, contra la pared, un papel mínimo, pegado con cinta, que en letras de molde decía Raúl Penino. Decidí ponerle nombre a mi tornillo, y lo envolví con su bufanda de papel nominativo. Y llevé a pasear a Raúl junto conmigo, buscando la comodidad entrelazados. No pesaba. Pasaba de una mano a la otra, jugó con mi cuello, se enredó en mi pelo, se apoyó en mis labios.
“¿Qué cosas simboliza ese tornillo, que van a tener que sostener, apropiarse, llevar consigo?” Raúl dejó de ser Raúl , para ser vida, llenarse de esperanzas, de futuro, de incertidumbre fascinante. Comenzó a ser signo de aprendizaje, de gozo, de fortuna interna. Y con un beso sobre su peinado tan severo se transformó en amuleto dentro de mi cartuchera.
Al ir terminando, el profesor abrió Rayuela de Cortázar.
“ El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz…Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así…Quizás el error estuviera en pensar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo.”
El mundo se lleno de mil colores, mi cabeza estalló en un arcoiris, de formas, de vuelos, de alegrías. Todo formaba parte del todo y aprender se constituyó en arte, en placer y en ser. El tornillo era Raúl, viaje, sonidos, olores, lugares, expectativas, personas, fuegos, amaneceres, devenires y docenas de etcéteras, tantos como yo quisiera regalarle.
Subiendo hacia 18, pienso lo maravilloso que es que ciertas cabezas al acompañar los procesos de formación de otros, se tomen tiempo para brindar esos momentos.
Tiene razón mi amigo, no importa cuantos vibren, con que dos o tres lo hagan, tiene sentido. A todos ellos…gracias.
A ti por estar en mi vida… gracias, gracias , gracias!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos