Cada músculo me recuerda que estoy viva…
Cada músculo me recuerda que estoy viva. Porque duelen como si hubiera estado haciendo gimnasia olímpica.
Este viaje me ha llevado a tener en cuenta que es en lo cotidiano que se construye la salud física y mental. Que estar quieta, sentada, sin moverme, va a anquilosándome los huesos y los ánimos. Y que no es necesario tomarse un avión, atravesar océanos, estar cerca del Polo Norte, para tomar conciencia. Ahora, una vez visto lo visto, está en mí en que queda este descubrimiento…
Edimburgo es la ciudad de subidas y bajadas. De suelo con adoquines antiguos. De escaleras eternas. De pendientes. Escocia es un país exigente para el cuerpo. Por eso entre tantas otras cosas me gustó la primera vez que vine y lo sigo eligiendo. Vivo en un país “suavemente ondulado”, y para salirme de la penillanura mental, no hay como buscar un lugar de contraste.
Así que aquí ando, subiendo y bajando las cuestas, y tomando decisiones cotidianas.
Porque viajar tiene un sentido para cada quien. Para mí se trata de lograr que mis hábitos se vean interpelados. Cuestionarme cómo hago las cosas. Para qué las hago. Voy encontrando respuestas a preguntas no formuladas en lugares bien disímiles. Puede ser escribiendo sentada en un café. O como ahora, mirando el castillo iluminado a través de la ventana abierta sobre Grass Market, en una noche (¿podrán creer?) tibia, de luna creciente. O subiendo las escaleras de un callejón. O bordeando un arroyo en el medio de un bosque.
El lugar no es lo importante. Sino las lamparitas que se van encendiendo dentro de uno.
En mi día a día tengo una rambla sobre el Río de la Plata para caminar y hacer ejercicio. Con lo cual la pregunta es por qué no me hago el tiempo.
Se puede ser turista en la propia ciudad. Encontrar espacios nuevos, o volver a los que nos tocan el corazón. Se puede encontrar belleza y cultura…tenemos obras de teatro excelentes que ya me voy agendando mentalmente para ver (entre ellas Tartufo de Moliere). Tenemos ballet, música, conciertos de rock(toca Buitres el 1 de diciembre, como no!), librerías mágicas.
De nada sirve que todo eso exista si no voy a su encuentro.
Este viaje me dió una señal de alerta. Lo mejor no está fuera del lugar en que uno vive. Lo mejor es aquello que hacemos con el lugar en que estemos viviendo. Sea nuestra propia tierra, o tierra extranjera.
Lo mejor no está fuera de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio ánimo, de nuestra propia vida. Lo mejor es aquello que hacemos con nuestro cuerpo, con nuestra vida, cómo cuidamos el ánimo.
Alguien me preguntaba como se vuelve de lugares tan bellos. Yo siento que con ideas nuevas. Y es que tengo una manera de viajar que es la que a mí me hace bien… estar muchos días en una ciudad. Ir al supermercado. Conocer al que vende el pan. Al marroquí que me saca del apuro con su tienda abierta 24 hs justo al lado del callejón donde vivo. Recorrer una y mil veces las mismas calles.
Hacerme tiempo para estar conmigo misma. Dejar el reloj tranquilo que nadie me corre, ni la ciudad cambia en nada por madrugar. Por eso no viajo en grupo. Porque me sé de memoria. Y sigo sin aburrirme de mí, noticia buena, visto y considerando que soy mi principal compañera en este tránsito que llaman vida.
Y así, eligiendo repetir las ciudades que me llegan, volviendo a los que atravesé tal vez de pasada pero me hicieron vibrar, encuentro lo que no busco, y vuelvo con la valija llena de nuevos libros, nuevas imágenes, nuevos sonidos, nuevos aires, nuevos bríos.
Para seguir encontrándonos… porque nunca estamos solas!
Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos