Blog - Nunca estamos solas

AMOR QUE REGALA ALAS…NO QUE LAS PODA…

Era una lucha diaria. A la hora de almorzar, no me parecía razón suficiente y necesaria dejar el libro que estuviera leyendo. Y es que mi padre me presentó la colección Robin Hood a mis ocho años, aquella amarilla de hojas desgastadas, y con eso mi adicción y sostén para toda la vida.

Las de piratas de Salgari. O las románticas de Louisa May Alcott. Las de la selva, de Bomba. Las de caballeros, como el Príncipe Valiente.

Era una lucha diaria que fue transmutando con el tiempo. Porque cuando era niña el libro quedaba fuera de la mesa.

Pero cuando yo fui madre, la manera de lograr que Micaela comiera era libros mediante. Y cuando creció, hizo como todas las mujeres de esta familia que nos gusta leer… bandeja con algo rico, cama y libro. Fiesta sencilla, goce antológico.

Luego aprendí que cuando tienes un libro en el bolso, nunca estás sola. En los viajes en bus o en avión. En la peluquería o en un café. En un café en Montevideo esperando a alguien, o en uno de París donde tienes la certeza de que nadie va a llegar.

Hay pequeñas luchas que comenzamos a librar desde pequeñas.

Luego, como pasando el tiempo, las ganamos o las perdimos por completo, nos olvidamos que en algún momento de la vida, las batallamos.

Leí por algún lado que la manera de criar a los hijos ahora era tan diferente. Que el dinero alcanzaba en otro tiempo porque no nos fomentaban caprichos. Que éramos obedientes y educadas. Que nos quedábamos calladas y agradecíamos lo que nos daban. Y así seguía la nota con miles y miles de me gusta al pie.

Yo creo, con simplicidad, que no nos veían. No tenían ni idea de quiénes éramos. No nos los preguntaban y si se nos ocurría decirlo nos daban un chancletazo y se nos iban las ganas de repetir. Por lo menos así era en mi casa.

Lo bueno cuando vives una especie de gobierno castrense en tu propio hogar, es que la fantasía se despliega. Lo positivo de que te prohíban tantas cosas es que luego te las prometes lograr por ti misma. Lo sensacional de no poder tomar decisiones y obedecer, es que nos volvemos disciplinados para lograr lo que queremos.

Pero…como me tocó estudiar dos carreras de adulta, tuve la oportunidad de contemplar que no era necesaria esa especie de violencia educativa que nos imponían para que saliéramos inteligentes, trabajadores, estudiosos. Pude ver como personas criadas con otras cabezas, con libertades bien empleadas, con estímulos apropiados, eran adultos a los veinte cuando yo en muchas áreas me declaro inmadura con cincuenta.

Ni lo de antes tan bueno, ni lo de ahora tan malo. Ni insurrectos ni sumisos. Ni detonadores de modales ni varas duras sin movimiento. Tal vez…solo tal vez…se trate de criar humanos como humanos. De hacer con el otro lo que habríamos querido que hicieran con nosotros. Y dar mucho amor ante la duda de si estamos haciendo o no lo que se debe.

Porque…¿qué es lo correcto o incorrecto al momento de educar a un hijo?

Para mí es darle herramientas, hacerlo pararse sobre sus propios pies, confiar en su criterio, apoyarlo (no bancarlo económicamente hasta que envejezca), enseñarle a hacerle responsable de sus actos y luego… amarlo, amarlo, amarlo. Pero no con amor sofocante. Sino con amor nutricio, el que regala alas, no el que las poda.

Bendiciones infinitas! Nunca estamos solas…

Simone Seija Paseyro
Lectora de Registros Akásicos

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